Minuto 4:45

La canción llena de armonía, suena y entona una y otra vez la misma melodía, un suave y delicado piano suena repitiendo una y otra vez las mismas notas; no es que sea una experta en música, pero realmente es una delicia al oído, su suavidad y ternura la envuelven a una y cubre el ambiente de forma muy acogedora. Y justo cuando una ya se acostumbró a la melodía y cree saber la nota (aunque no sepa el nombre o el tono en sí) que viene después, sucede ese cambio inesperado, capaz de encender cualquier emoción dormida. Es en ese minuto, en el minuto 4:45 donde todo cambia, donde llega lo inesperado, y donde llega aquello que no pensábamos que llegaría, pues al borde del fin es donde todo  inicia.

Recuerdo un día del año pasado, estaba ya por dormir, mientras terminaba de leer el libro de turno. Por alguna razón que ya no recuerdo, comenzaron a salir las lágrimas, y no podía dejar de llorar. A mis cortos 25 años creía haber vivido lo suficiente, haber visto lo suficiente, haber reído lo suficiente, haber llorado lo suficiente y sí, haber amado lo suficiente. Recuerdo haberme preguntado “¿esto es todo?” Creí que ya no había más, creía que ya nada podía sorprenderme, creí que ya nada iba a cambiar, que eso era mi vida y que eso sería; no sabía cómo sería posible que algo o alguien me sorprendiera.

Llegó esa noche de mayo, y tuve que salir, era el cumpleaños de una de mis mejores amigas, los que me conocen saben bien cuánto me incomoda ir a lugares con mucha gente, pero valía la pena. Estaba sentada tomando una cerveza con una amiga, mientras teníamos alguna conversación sobre la masturbación femenina cuando sonó el minuto 4:45. En ese momento no lo escuché, pero si lo vi entrar con sus ojos brillositos y su saco. No, no me sonrió al entrar, y tampoco me volteó a ver; y no, yo tampoco le di importancia, después de todo, mi emocionante vida de solera iba viento en popa, y lo menos que buscaba era una relación.

Pero como dice la canción “Wasn’t really thinking, wasn’t looking/ wasn’t searching for an answer/ In the moonlight when I saw your face…” No lo estaba esperando, pero esa noche mientras bailaba sola, él llegó y bailó conmigo. Y hoy, aunque de otra forma, sigue siendo mi compañero de baile.

Es extraño cuando alguien me pregunta “¿cuánto tiempo llevan?” ya que no sé qué responder, porque creo que desde esa noche estamos juntos, y es increíble pensar que justo unas noches antes me estaba dando por vencida, que justo unas noches antes, en lágrimas, me resignaba y creía que nada podía sorprenderme y estaba decidida a vivir así. Pero tal como en Samskeyti, justo cuando todo va a terminar, las notas cambian y te despiertan, te vuelven a la vida.


Un día leí una frase de Maya Angelou: “My great hope is to laugh as much as I cry; to get my work done, and try tol ove somebody, and have the courage to accept the love in return.” Qué ilusa fui al no creerme capaz de sorprenderme de nuevo, pero en esas noches, donde el vino ha sido el testigo de nuestras conversaciones, y donde no queremos separarnos el uno del otro, descubro que junto con ese vino, sigo embriagándome de él.


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