El aire que exhaló de su boca
alborotó el polvo que cubría aquella caja. No podía explicarlo, pero después de
un largo tiempo, aún no podía deshacerse de muchos de los objetos que esa caja
contenía. Para ella no eran meros objetos, eran recuerdos del corazón; algunos
producían una hermosa sonrisa, otros aún estrujaban su corazón.
En esa coja estaba la fotografía,
aquella que tomaron en esa ciudad tan conocida por sus ruinas. La tomó en sus
manos y acarició la textura del marco color blanco que resaltaba sus rostros,
sus sonrisas. La abrazó, pegándola a su pecho y recordó la calidez de aquel
día, de aquel momento; su sonrisa la volvía bella, llena de vida, llena de luz.
Y ahí estaba él, su rostro descansaba sobre el de ella en perfecta armonía, sus
ojos, aunque marcados por el desvelo, también eran reflejo de una nueva luz, de
una nueva esperanza, y por qué no, de un nuevo futuro.
Cuánto tiempo había pasado ya
desde que esa fotografía había sido tomada ¿un año? ¿Cinco? ¿Diez? No importaba
el tiempo que había transcurrido, ahí estaba ella, sentada, con la fotografía
pegada al pecho, los ojos cerrados, mientras trataba de recrear alguna escena o
tratando de olvidarla… las lágrimas comenzaron a brotar, pero ya no había
dolor. Sólo podía observar y recordar, eso era todo, no había más.
Esa fotografía enmarcaba el
hermoso recuerdo de lo que fue, de lo que tuvieron. Esos ojos llenos de luz y
esperanza quedaron grabados en esa imagen, quedaron grabados en su corazón. Esa
fotografía es la prueba de lo que inició; es lo que la hace pensar que lo que tuvieron
si existió, si sucedió, si fue real. Pero esa fotografía también le hace comprender
su realidad hoy, sentada, sola, con el recuerdo abrazado al corazón, porque eso
es todo, un recuerdo albergado en su mente.
Con el tiempo la sonrisa se
desvaneció y lo que con tanta emoción emprendieron, con mucho dolor se perdió. Esa
luz que los rodeaba pronto se desvaneció, y las marcas de ese dolor comenzaron
a irradiar. Su sonrisa se convirtió en un torrente de lágrimas, lloraba porque
lo perdía a él, también lloraba porque se perdía a ella misma.
Esa fría noche donde los
recuerdos comenzaron a estrujar su corazón de nuevo, deseó tenerlo al lado.
Pero sonrió y encontró paz porque no había nadie más al lado, sólo estaba ella
rodeada de otra clase de luz, de otra clase de amor. Las preguntas seguían
presentes en esa oscura noche, todavía no había para ellas respuesta, pero su
sonrisa emergía desde lo profundo de su ser, como aquella vela que brilla en un
espacio oscuro, porque sabía que lo que tuvo ya no lo tendrá, pero más que eso,
también sabía que su cámara aún tiene mucha más película.
“Esa es la fotografía que ya no puedo mostrar, por eso está guardada. Pero
te voy a contar, en esa fotografía, su rostro descansa suavemente sobre el mío,
y ambos estamos sonriendo perpetuamente en esas calles antiguas, en esa
fotografía es muy fácil encontrar el amor, destella en los ojos de los dos. Cada
vez que miro aquella fotografía, recuerdo que amé y que fui amada”.
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