El final perfecto de un cuento de
hadas termina con “…y vivieron felices
para siempre”. Ese “felices para siempre” incluye una encantadora escena de
la pareja disfrutando el ocaso de un día perfecto, donde ambos sonríen y
expresan el profundo amor que sienten a través de su mirada.
E ilusamente comenzamos a creer
que así es la vida, que así son las relaciones; una emocionante pizca de
fantasía en nuestra aburrida cotidianidad, un poco de alegría inusual en medio
de un mundo caótico. Y es que sí, algo de encantador tienen las relaciones que
nos alegra la vida, que nos llena de emoción y algunas veces de drama. Pero no
todo es perfecto, no todo está lleno de esas miradas románticas, o de esos besos apasionados. Algunas veces peleamos,
discutimos y entramos en conflicto, y eso es normal.
No soy conocida por ser pacífica,
suelo ser peleonera, y disfruto los debates, y las conversaciones apasionadas,
donde cada persona expone su mejor punto. Nunca he tenido relaciones no
conflictivas, o las que he tenido libre de conflicto no han sido muy
importantes. Pero cada conflicto y cada discusión que he tenido me han enseñado
mucho más de lo que pensé, no sólo relacionalmente, sino personalmente. Gracias
a estos conflictos he llegado a conocerme mejor, y a disfrutarme mejor en cada
aspecto de mi vida. Pero bueno, nunca había tenido una relación tan significativa
(hablando en sentido de pareja), como para valorar el conflicto en una
cotidianidad, o bueno, valorar el conflicto en una cotidianidad con la misma
persona.
Creí que estaba mal pelear con mi
pareja. Creí que cada conflicto o discusión, por pequeña que ésta fuera, nos
ocasionaría una ruptura permanente, después de todo, una aprende de
experiencias pasadas. No sabía cómo racionalizar esta parte de mi relación, y
mucho menos cómo vivirla. Quizá fui de esas ilusas que creyeron en el cuento de
hadas, ya fuese acompañada o sola, pero si creía en la felicidad permanente,
pero la vida es más, siempre lo he sabido, siempre he sentido profundamente
cualquier emoción, cual adolescente empezando a despertar, mi intensidad no
disminuye con los años, sólo está mejor enfocada (aunque algunas veces no
tanto).
Tampoco es que inste a las
parejas a pelear, o que diga que vivir en constante conflicto es sano, no
pienso eso. Pero esta semana descubrí que es normal, y que está bien. Algunas
veces quizá si es desgastante, y por eso es sano encontrar un equilibrio (algo
que sigo aprendiendo). Pero descubrí que es normal, que todas las parejas
pelean; que todas las parejas están descontentas algunas veces; que todas las
parejas tienen desacuerdos; que todas las parejas viven sin ese “final feliz”
de los cuentos de hadas, pero no por no tener ese final feliz, no es que no sean felices.
Un gran problema de algunas
relaciones hoy en día, es que se convierten en una lucha de poder, en una
guerra por ver quién tiene la razón, por ver quién “gana”. Quizá gran parte del
problema sea que hemos sido heridos y lastimados, y tenemos miedo a ceder, a
ser vulnerables, pues al final, sí, podemos terminar perdiéndonos a nosotros
mismos, pero reencontrándonos en un nuevo camino, un camino acompañado. Y es
ahí, cuando aprendemos a confiar, es ahí que es más sencillo bajar la cabeza y
dejarnos ir. No siendo sumisas, no siendo parte del micromachismo o del sistema
patriarcal, simplemente siendo parte de un amor genuino, que reconoce a la
increíble persona que tiene al lado.
Sí, pelear es normal, y creo que
voy a discutir con mi pareja por el resto de nuestras vidas, la mayoría de las
veces porque es divertido, y algunas otras por razones serias. Después de todo,
todas las parejas pelean.
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