Desde hace algunos meses, las
ideas, la tinta y el papel se divorciaron de mí.
No logro plasmar en letras, en
palabras lo que llevo dentro. Algunas veces lo he intentado, más sólo han sido
intentos fallidos de probar en papel lo que el corazón carga, lo que la mente
experimenta. Ya no logro conjugar los verbos de la misma manera, y mis
habilidades gramaticales se están perdiendo en lo recóndito del pensamiento.
Escribir sobre la cotidianidad está siendo absorbido por la cotidianidad misma,
por la premura con la que debo vivir la vida, por la modernidad, que como bien
describe Bauman, es tan líquida como el agua.
¿Dónde quedó el romanticismo de
las letras? ¿Hacia dónde se fue el espíritu que escribe? ¿Por qué no encuentro
paz para escribir? Quizá no quiero, quizá no estoy lista, quizá no deseo
plasmarlo en papel, pues al hacerlo estaría aceptando que así es, y quizá eso
que así es no me guste, o no me sienta lista para aceptarlo.
Pero ¿tengo otra opción? Si no
escribo el corazón y la mente terminarán destruidos el uno por el otro; ¿de qué
otra forma puedo darle orden a lo que llevo dentro? Si las palabras, si el
lenguaje escrito y estructurado no es suficiente ¿qué lo es? ¿Qué es suficiente
para lograr que la humanidad se exprese y se comunique? ¿Será el lenguaje lo
único existente? ¿Serán las palabras realmente suficientes?
Escribir es escuchar lo que el
propio corazón quiere decir; y hay veces en que no quiero escuchar, simplemente
no estoy lista para hacerlo. La vida ha traído consigo misma algunos temores
que yo he permitido que crezcan, y al escribir los enfrento, al escribir tengo
que darme cuenta que algunos siguen ahí. Al escribir escucho lo que el corazón
dice, y algunas veces pareciera que éste sabe cosas que yo desconozco, pareciera
darme algunas pistas, aunque no siempre las suficientes… pero al escribir, es
cuando este pequeño corazón devela sus más profundos secretos, y a pesar de mí
misma me hace sentir amor, y me hace sentir viva, y me recuerda que al lado de
los temores, van las alegrías, van las hermosas sorpresas de la vida, que
llegan a desbaratar cada pequeño plan que podamos tener.
Hay momentos de la vida en que el
tiempo no es suficiente, donde tengo que obligarme a mí misma a parar y
recordad la bondad de las letras, la paz de las palabras, el sonido de la
música, porque si no lo hago, el día-a-día me ahogaría y me consumiría
lentamente, olvidándome de lo valioso para el corazón, para la mente.
Si no me detengo y escribo… quizá
muera.
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